Seguramente, la mayoría estaremos de acuerdo en que lo que debe premiarse es el reconocimiento de la calidad. Especialmente cuando está en juego, además del dinero, el prestigio. Pero, en realidad, ¿el prestigio de quién? ¿El de quienes deberían votar usando el criterio de reconocer calidad superior a una determinada creación? ¿O el de quienes, supuestamente, son los artífices de esa calidad?
Personalmente, no he leído la novela por la que han premiado a Juan del Val con el Planeta 2025. De hecho, más allá de alguna entrevista sobre el escritor y tertuliano, no he leído nada sobre él. No descarto hacerlo. No es alguien que me caiga especialmente bien, pero tampoco especialmente mal. No coincido con algunas de las opiniones o ideas sobre política que expresa, pero admiro que sea alguien capaz de comprometerse con el voluntariado, atendiendo a los presos. Algo que, parece, le viene de familia, y es una inveterada tradición para él. Por lo que le he escuchado alguna vez, de refilón, me resulta igual de bocazas que lo pueden ser otros, también escritores, también premiados, y hasta académicos. Y eso, por sí mismo, no los convierte en mejores escritores, pero tampoco en peores. En todo caso, los transforma en opinadores compulsivos, como podemos serlo todos; como lo estoy siendo yo mismo en este instante. Por muy desacertadas que puedan resultar en ocasiones algunas de sus opiniones o ideas, este del Val, que no me resulta del todo simpático, merece un respeto como persona y también como escritor. Cuando menos, para opinar sobre la calidad de la novela por la que ha resultado premiado, quienes osen hacerlo, deberían haberla leído. Y para erigirse en jueces de todo su legado literario, haber estudiado y analizado su creación entera. Porque si no, además de una ignorante arrogancia, una triste carencia de integridad y una fatua debilidad argumental, demostrarán no ser distintos a los loros que repiten, irreflexivamente, exactamente lo que han oído muchas veces. Eso, por una parte.
Por otra parte, ¿cuál es el delito del tal Juan? ¿Haber cobrado el premio, ser mal escritor, ser famoso, o estar casado con alguien más famoso todavía? Por lo que parece, algunos todavía no han comprendido que, desde hace años, el Premio Planeta ya no se otorga a jóvenes, o no tan jóvenes, talentos que despuntan, o a nuevos portentos. Eso se reserva para el candidato finalista. El premio en sí, se concede, bien a autores ya consagrados, bien a famosos que escriben; o, dicho de otro modo, a libros que se sabe que se venderán muy bien. Y que, por tanto, rentarán mucho dinero. En consecuencia, para ser justos, deberíamos criticar a quienes han adoptado este criterio, que prima lo crematístico por encima de lo literario, en lugar de linchar al beneficiario del cheque. ¿Dónde está, exactamente, la culpa de Juan, más allá de si nos gusta más o menos, su personalidad, las ideas que expresa o la calidad de su obra? ¿Tiene gazapos la novela, está mal escrita, ha plagiado algo, es aburrida, o es un poco como todas, susceptible de gustar a unos lectores más que a otros? ¿Es merecido y proporcional el linchamiento al que están sometiendo a este escritor? Para ser justos, esos verdugos deberían dirigir su ira con la misma, o mayor vehemencia incluso, hacia quienes de verdad deciden. ¿O es que eso no les conviene – por la cuenta que les trae – y atacan al eslabón más débil en esta cadena? Porque encima, muchos van de valientes, de dignos y de íntegros. Y no lo son.
Por último, ¿por qué deberíamos conceder mayor crédito al criterio o gusto literario de los críticos, que al que han usado los que han decidido premiar a uno de entre de las decenas de miles de autores que publican novelas cada año? Temo que ese pecado patrio que todos conocemos, está detrás de tanta condena, más que una genuina preocupación por el supuesto deterioro de la calidad narrativa. Dicho sea, en los términos de estricta y legítima defensa de lo que no es sino, una opinión más.