Underdogs

Publicado el 19 de noviembre de 2025, 21:40

Ocurre con la literatura como con el vino, que la mayoría solo calificará como bueno, o muy bueno, algo, si son muchos quienes lo ven así, o si alguien con el prestigio suficiente, lo ha calificado así antes.

Somos animales por lo general gregarios, más influenciables de lo que estamos dispuestos a admitir, incluso en nuestro fuero interno. La anterior opinión, no presupone que lo desconocido, o lo que es poco o nada apreciado, sea bueno precisamente por ello; pero sí puede significar que, a veces, cierta calidad se esconde tras lo que todavía no se ha visto. Esto casaría bastante bien con la teoría anglosajona del "underdog", que vendría a ser ese candidato no favorito en una competición, un torneo o un concurso. Ese desconocido que, ajeno a la presión por satisfacer las mejores expectativas de nadie en particular, cuenta con la ventaja de la libertad. La libertad de competir, crear, vivir o aportar sin demasiadas pretensiones, pero desde la autenticidad.

La autenticidad es un valor frágil, porque bajo determinadas condiciones, es fácil que se pierda. Para un autor novel, esto supone una enorme ventaja, puesto que no debe competir con nadie, ni contra nada más que su propio criterio y nivel de implicación.

Recuerdo que, hace ya algunos años, un anuncio de televisión me impactó de una forma entre divertida y admirada. No recuerdo qué anunciaban, pero a cada producto o servicio cotidiano, le adherían el adjetivo "normalito". Por ejemplo, las vacaciones, "normalitas", la cena "normalita", el vino "normalito"... y así sucesivamente. De forma que aparecía incluso el cartel con esa calificación como etiqueta de los productos que presentaban. Eso me dio la traviesa idea de poner en práctica la teoría. Me presenté en una de esas cenas veraniegas y concurridas - seríamos unos quince - con un par de botellas de vino compradas en uno de los supermercados más baratos. Las botellas procedían de un lugar poco habitual como para que alguien pensara que ese vino de dos o tres euros la botella, tuviera una gran calidad. Tapé las etiquetas con un cartel que anunciaba que el vino de cada una de las botellas, era "normalito". Se veía claramente que cada botella era distinta, por lo que el sabor también era diferente. Los precios de los otros caldos superaban en mucho a los que yo traje. Pero casi todos creyeron que lo que yo trataba de hacer, era esconder un par de joyas selectas, por lo que apenas alguno de los probadores dejó de apreciar la enorme calidad y el exquisito sabor de un vino que, de otra manera, no habrían apreciado jamás. No es necesario recordar la marca para imaginar que el precio de ese caldo, hoy día, ya no será el mismo. Cuestión de saber vender, y cuestión de darse cuenta de lo importante que es saber hacerlo bien. Puesto que si por el mero cambio en una etiqueta, la gente lo encontró bueno, ese vino no podía haber sido tan malo.

 

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