Si tomáramos al pie de la letra cualquier afirmación, opinión o pensamiento expresado por los grandes literatos, pensadores o genios, podría ser que llegáramos a confundirnos frecuente y profundamente, pues existen tantas contradicciones como mentalidades.
No obstante, para el caso que nos ocupa, expondré una idea muy de Schopenhauer: que la experiencia posee valor en sí misma. Y la experiencia es algo que se adquiere con la práctica y con el tiempo dedicado a vivir, a practicar o a observar. Según él, un ser dotado de razón, hallará un buen momento para mostrar lo aprendido, alcanzando su máxima cota creativa, a partir de los cincuenta años, aprovechando ese saber cristalizado gracias al conocimiento acumulado en los años previos de formación y aprendizaje, en cualquier asunto. Resulta una idea estimulante, sobre todo si tiene uno esa edad, similar, o incluso si la supera ampliamente. A nadie se le puede quitar lo bailado. Pero más que un tema de edad, expresarse es más un asunto, en mi opinión, de tener algo que decir. Y eso bien puede suceder con igual mérito y valor, tanto a los quince, como a los ochenta años, dado que la vida de cada cual es más una cuestión de vivencia y proceso interior, que de narrativa leída o percibida externamente. Es decir, que cada uno diga, haga o piense lo que le plazca, mientras sea coherente con las consecuencias. Y si no, transformadas éstas en circunstancias, tendrá que aceptarlas igual, más tarde o más temprano.
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